By @Gagui.
Fue hace mucho tiempo atrás, cuando los continentes eran uno solo y cuando nadie sospechaba que el «Big-Bang» construiría nuestra actual historia; que existió una sociedad de humanos extremadamente altos y de frentes amplias. Ellos, quienes sin distinciones —hombres, mujeres, niños y viejos— se hacían llamar los «vivos». Aquellos que vivían en fantásticas edificaciones que poca comparación tendrían con Babilonia, Egipto o la Isla de pascuas.
Éstos vivos —cuenta la historia— celebrando la novena fiesta del fuego, en medio del éxtasis y la rítmica danza, se sumergieron en una transición de ocho días de reflexión, a consecuencia de la curiosa declaración de un niño huérfano. El infante de padres muertos por desastres naturales, confesó ansiosamente a la luz de las llamas, que había soñado que su papá le repetía una palabra una y otra vez, tal vocablo jamás lo había oído… «Dios».
«Dios»… Nunca ningún «vivo» había escuchado tal término lejano a su idioma y su escritura. Nadie sabía qué significaba…. que ataduras, libertinajes, dichas o dolores producirían la existencia de ésta. Sin embargo, no siendo obviada la interrogante del niño, los «vivos» adultos levantaron su canto y —como ya era costumbre— esperaban a que las llamas del sabio señor del fuego, contestasen su pregunta.
Ocho noches pasaron…. los «vivos» veían con intriga las letras que el niño había escrito en la tierra: «D-I-O-S». Sí, no había nada igual en sus mentes. Pero, ellos no desistieron. A la luz del astro rey, identificaban las letras con todo su entorno. En la noche, ante el reflejo de la muerta luna, danzaban como siluetas incorpóreas e ilimitadas. Veían el fuego y despertaban poco a poco sus ocultos sentidos. Así, la palabra Dios parecía recobrar un tipo de consciencia mágica; pues, de cierto modo, los «vivos» aseguraban que la naturaleza por completa, los imitaba y canturreaba con ellos. Todo, a medida que sus invisibles manos, jalaban las letras escritas y las figuraban con siluetas que los «vivos» podían entender.
Así, de la «D» se mostró una mujer embarazada que gestaba al ecosistema con sus mil criaturas. De la «I«, brotó un ser de cuerpo musculoso que levantaba al mundo con sus manos. De la «O» apareció una serpiente (el origen) cual mordía su propia cola al tiempo que moría y volvía a revivir. Más, de la «S» el gran fuego al que adoraban, se levantó potente por entre las nubes y vibró con un cálido susurro amoroso en cada uno de los corazones…. desde el corazón de una avecilla que dormía en su nido, hasta el corazón intocable del magnánimo planeta que sin descansar un segundo, continuaba con su creación.
No obstante, llegando el día siguiente, los «vivos» detuvieron su ritual con un sueño voraz. Uno, del cual se cuenta que no muchos despertaron. Otros, de los que se narra, olvidaron de la experiencia fantasiosa y decidieron pensar que no fuese más que un sueño… sin embargo, una minoría —a la que hace memoria el mito— jurándose jamás ignorar el hecho, se bifurcaron en creer dos teorías: 1) Que Dios solo fue el nombre del propio espíritu de las infinitas generaciones y 2) Que siendo tan incomprensible el término… se convirtiera en un apodo fantástico con el que se clasificarían a aquellas personas cuyas mentes, cuerpos y almas, no fuese pertenecientes a este mundo tan dual y cuadrado.
En fin, es notorio que los «vivos» pudieron ser olvidados por los actuales humanos… empero, la palabra «Dios» —ésa que ellos dejaron pintadas en cuevas a manera de dibujos animalescos e inhumanos y mismos, que hasta hoy ponen a nuestros antropólogos y científicos a pensar más de la cuenta— quedaría plasmado y se transformaría a base de cientos de lenguas y fábulas que quizás… y muchas veces, serían tan diferentes a lo que ellos en ese entonces, podían creer.
End.